Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo

Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo.
-Correo: acebobello@gmail.com
-Instagram: @hectoracebo
-Twitter: @HectorAcebo

sábado, 9 de junio de 2012

Un murmullo de ninfa: Conversación con Rodrigo (I)

Rodrigo García Blanca, ex integrante de Solera y de CRAG (dos de los grupos más míticos de nuestra música popular), es un excelso letrista y un músico con una vasta formación. He aquí la primera parte de una dilatada conversación que Héctor Acebo (jefe de Opinión de LA HUELLA DIGITAL) mantuvo recientemente con el compositor sevillano.



El legendario Rodrigo García Blanca (Sevilla, 1947) no responde al prototipo de músico de pop: en su vasta formación musical, se conjugan el rigor académico (estudió la carrera superior de violín) con una curiosidad voracísima. Ese carácter inquieto le llevó a explorar, desde muy joven, varios instrumentos —piano, clavicordio, guitarra, flauta— que terminaría dominando. Así, al albor de la década de los setenta, siendo todavía un veinteañero, se convierte en un solicitado guitarrista de sesión y estudio. Sin embargo, si el nombre de Rodrigo figura grabado con letras de molde en la historia de la música popular española, es gracias a su desbordante talento creativo. Bajo el paraguas de dos de nuestros grupos más míticos (Solera y CRAG, esto es, Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán), el sevillano forjó, durante las décadas de los 70 y los 80, refinadísimos temas: “Sólo pienso en ti”, “Señora azul”, “María y Amaranta”, “Linda prima”, “Volverás”, “De piel trigueña”… En todas estas canciones, Rodrigo demuestra que es un autor integral, un escultor de sugestivas palabras —murmullos de ninfa— perfectamente imbricadas en la melodía. Bebiendo en las inagotables fuentes de Quevedo o Borges, el ex CRAG desarrolló —bien madrugador— esa envidiable precisión lingüística. A continuación podrán leer la primera parte de la conversación que servidor mantuvo hace escasos días con el maestro andaluz. El segundo capítulo —que se publicará mañana— lo dedicaremos a su jugosa etapa como solista.

“Señora azul”,  es, junto a "Sólo pienso en ti", la canción bandera de CRAG.

—Finalizaste los estudios superiores de violín con sólo 16 años. Además, por aquel entonces ya tocabas la guitarra y el piano. ¿Cuándo te das cuenta de que tu sensibilidad musical es, básicamente, folk pop?
—En el Conservatorio de Sevilla, lo que estudiábamos, evidentemente, era música clásica. Con 8 o 9 años, me empezó a gustar la música como aficionado; a esa edad yo me emocionaba escuchando a Louis Amstrong o a los cantantes melódicos italianos, que entonces tenían grandes éxitos. Y con 11 o 12 años ya me tiraban Ray Charles y los grupos instrumentales ingleses. Es evidente: yo estaba derivando —con convicción y con absoluto entusiasmo— por ese camino, si bien es cierto que la música clásica siempre me ha seguido gustando. Conforme vas creciendo, te entran ganas de contar las primeras tonterías, y seguramente estás muy impregnado de lo que en ese momento escuchas. En efecto, para componer canciones que pretenden decir —mejor o peor— determinadas cosas, hay estilos que dan más sitio que otros. Y lo que iba a ser entonces la canción de los cantautores americanos, señalaba un camino bastante cómodo para entrar en él. Yo valoraba el hecho de que, con poca instrumentación, aquellos compositores se podían permitir el lujo de plantear letras que, a veces, eran incluso poemas.

—¿Qué características presentaban tus primeras composiciones?
—El primer tema que compuse era instrumental, a la manera de lo que hacían Los Bravos, Los Relámpagos, los Shadows… Y luego, viviendo en Colombia —donde estuve cinco años—, empecé a componer canciones con letra. Por aquel entonces, yo escuchaba mucho a los Beatles, pero mi grupo preferido ya eran los Byrds, quienes trataban a Dylan, en sus versiones, inmejorablemente. Estos grupos, junto a Simon & Garfunkel, eran los que más escuchaba y los que más me pudieron influir, musicalmente, en unas primeras etapas. Literariamente, no me influyeron, porque no entendía bien sus letras, y si me ponía a traducir algo, sólo podía pillar cosas sueltas… Pero en ese aspecto yo tenía otras influencias: todo lo que me había leído en los cursos de Literatura del Bachillerato.

—En calidad de escritor de canciones, tienes la virtud de encontrar el calificativo preciso. Me imagino que siempre habrás sido un gran lector de poesía, el género literario que más apuesta por la depuración lingüística.
—Más que mucha poesía, he leído mucha literatura. Sigo leyendo a Fray Luis de León, al Arcipestre de Hita, a Garcilaso de la Vega… Y a Quevedo, al igual que a Cervantes, lo leí mucho cuando tenía unos veinte años. De modo que, cuando empecé a escribir un poquito más en firme, no sabía a lo que sonaba, pero sí sabía dónde había estado bebiendo. Con el paso de los años, he leído a los clásicos iberoamericanos más próximos: Borges, García Márquez, Cortázar, Benedetti… También he bebido mucho de Quiñones —que me parece excepcional— o de Francisco Umbral. Aparte de mi capacidad, de mi práctica, de mi rodaje…, supongo que todas esas lecturas me han calado, me han ido sedimentando el coco [risas].

—En Bogotá, formaste un grupo que llegaría a ser una celebridad nacional: The Speakers. ¿Fue aquélla una etapa de aprendizaje o de perfeccionamiento musical?
—¡No, de perfección no, por Dios, que éramos muy jóvenes! Claro que no nos faltaba atrevimiento. Yo tenía formación musical, pero los otros integrantes del grupo tocaban de oído. Con lo cual, lo que se podía esperar era muy limitado. Encima, allí, en aquella época, había un considerable atraso respecto a otros países que ya habían llegado a un punto de madurez (o de primera madurez) en la música del pop y el rock. Así que hicimos lo que pudimos a trancas y barrancas, como digo, con más valentía que conocimiento. Esta experiencia, eso sí, me sirvió para entrar en contacto con los estudios de grabación.

—En algunas de las piezas que escribiste para The Speakers, como “Por la mañana”, ya se manifiestan tus constantes líricas, como el gusto por el erotismo: “Todos los días miro / de mi balcón / el color de tu nueva / combinación. / Y nunca ha habido / un color que no te haya / favorecido”.
—Es posible, sí, porque la cabra siempre tira al monte.

Rodrigo interpreta “Por la mañana” con The Speakers.


—De regreso a España, en 1969, no te faltó trabajo: colaboraste, entre otros, con Juan Pardo, con Los Pekenikes o con José y Manuel, los hermanos Martín. Y en 1973 formaste, junto a Guzmán y a los citados hermanos, uno de los grupos míticos de nuestro pop: Solera. ¿Quién impulsó el proyecto?
—Guzmán y yo. Él tocaba el bajo en la grabación de Génesis [Hispavox, 1971], un disco de los hermanos Martín donde yo también participaba como guitarrista. Por aquel entonces, estaba haciendo la mili, y estos hermanos consiguieron que Trabuchelli, el director de Hispavox, le pidiera permiso al comandante de mi cuartel para que yo pudiera intervenir en ese álbum; me concedieron el permiso, conocí a Trabuchelli, y en la discográfica comenzaron a enterarse de quién era yo, de cómo tocaba… Lo de Guzmán fue como un deslumbramiento recíproco: a mí me pareció que él era un tío formidable para la música, y Guzmán pensó lo mismo de mí. Después de la grabación, comenzamos a hacer proyectos por carta, y cuando yo terminé la mili, me quedé en Madrid, de manera que estábamos muy en contacto. Tras haber hecho unas cuantas pruebas, decidimos que parecía interesante proponerles a los hermanos Martín la posibilidad de formar parte de nuestro proyecto. Aceptaron y grabamos Solera [Hispavox, 1973] con ellos.

—Me maravilla el combo creativo Guzmán-Rodrigo. Por aquellas calendas, tú ya ajustabas excepcionalmente los textos a la música, y él siempre ha tenido un sentido innato de la melodía.
—Con Guzmán uno trabajaba muy cómodo; yo le hice varias letras a la medida, y quedaron unas canciones muy redondas. También trabajé a gusto con los hermanos Martín, unos estupendos compositores (sobre todo de música).

“Noche tras noche”, composición de Guzmán y Rodrigo, abre el LP de Solera.

—¿Por qué el grupo se desintegró tan rápidamente?
—Una vez publicado el álbum de Solera, hubo algunos desajustes en el rodaje, especialmente en lo relativo a la dinámica de los ensayos. Esos desajustes nos sumieron en una crisis, y el grupo se disolvió rápidamente. Tras haber grabado el disco, estuvimos unos meses juntos, ensayamos… y no recuerdo si llegamos a tocar en público alguna vez. Creo que tocamos en un colegio… En la televisión, hicimos alguna cosa. Y, desde luego, respaldados por Hispavox, promocionamos el álbum en la radio. A Trabuchelli le dijimos que había habido jaleos entre nosotros, que Guzmán y yo queríamos refundar el proyecto o partir de cero con otro equipo. Fue ahí cuando, tras haber hablado con Juan Cánovas y con Adolfo, hicimos CRAG.

—El nombre del grupo, Solera, lleva el sello de Rodrigo.
—Absolutamente. Yo lo propuse, y fue aceptado sin ningún tipo de inconveniente. Me parecía un nombre muy español y eufónico. No estaba pisado por nadie y simbolizaba nuestras ambiciones: queríamos hacer cosas cuidadas no con soberbia, sino con entusiasmo. Y con toda la madurez de la que éramos capaces, dada nuestra juventud (teníamos 23 o 24 años). El vocablo Solera, además, era perfectamente comerciable y funcionaba en cualquier afiche. Lo que ocurrió es que, democráticamente, lo registramos a nombre de todos, y, cuando partimos el grupo, Guzmán y yo no podíamos tirar de él desde nuestro lado. Si yo hubiera tenido la picardía o la cautela de registrarlo a mi nombre, ya que era el inventor (entre comillas), una vez roto el grupo, podría haber continuado con Solera el tiempo que me diera la gana.

—En el único disco del grupo, participas en la escritura de varias canciones: a saber, “Una singular debilidad”, “Juan”, “Noche tras noche” y “El discípulo de Merlín”. Sin embargo, sólo cantas en las dos piezas compuestas íntegramente por ti: “Linda prima” y “Volverás”.
—No canto en más temas, ¿verdad? Te cuento: yo, en principio, no quería cantar —mi voz no me convencía—, sino componer y tocar. Solamente. Pero luego, cuando Trabuchelli y compañía escucharon mis piezas, llegaron a la conclusión de que, gracias a mi manera de cantar, las composiciones adquirían un plus de personalidad… Creyeron, en fin, que mi interpretación mejoraba la canción.

“Linda prima”, uno de los temas más emblemáticos de Solera.

—Lo cierto es que no me imagino a Guzmán o a los hermanos Martín, tres voces limpias, acentuando la socarronería que exuda el texto de tu bellísima canción “Volverás”: “De memoria, y con matices, yo a ti te puedo tocar: / me sé muy bien tus bemoles, tu rallentando final… / No te enojes, no me burlo, y si lo hago alguna vez, / por encima de la burla sé que tendrás mi querer.”
—Hombre, hay una evidencia: el autor es el responsable y conoce la última intención de lo que ha escrito y de lo que canta, con lo que está más cerca de imprimir autenticidad a la composición. Supongo que eso, con reflexión o sin ella, es lo que Trabuchelli y compañía apreciaron. Y reconozco que el hecho de que yo interpretara “Linda prima” terminó de redondear la canción; si la hubiera cantado una voz más dulce y más limpia, seguramente se hubiera perdido parte de la aspereza, de la acidez…

—Solera estaba llamado a ser un grupo de mucho éxito. Algunas de las canciones incluidas en vuestro único LP, como “Noche tras noche”, “Calles del viejo París” o la citada “Linda prima”, aún hoy resultan contagiosas… Sin embargo, no lograsteis llegar al gran público.
—La acogida del grupo fue, por parte de la crítica, extraordinariamente buena; yo conservo reportajes y reseñas muy favorables. Teníamos todos los mimbres para haber triunfado, pero, aparte de la ruptura interna del grupo, no debemos obviar lo siguiente: Hispavox, si bien nos grabó con convicción, a la hora de distribuir el dinero que había que invertir en promoción, prefirió gastarse cantidades superiores en cosas más netamente comerciales. Evidentemente, nosotros estábamos lejos de lo que se llamaba en aquella época música comercial. Pero Solera, con un apoyo suficiente, no sólo habría modificado el concepto de música comercial, sino que lo habría ennoblecido. Las nuestras eran unas canciones elaboradas y finas que, sin embargo, no caían en el misticismo. Pero las compañías de discos apostaban sin titubeos por Fórmula V o por Los Diablos, grupos que hacían temas escandalosamente fáciles, rudimentarios, absurdos y repetitivos. Teniendo en cuenta que la música de Solera no llegaba tan fácilmente a la masa, hubiera sido necesaria una mayor inversión por parte de la compañía. Si nuestra canción “Calles del viejo París” se hubiera radiado tanto como “Un rayo de sol” [de Los Diablos], es imposible que no hubiésemos barrido.

“Calles del viejo París”, uno de los temas más conocidos de Solera.


—Un año más tarde fundaste, junto a Cánovas, a Adolfo y a Guzmán, otro de los grupos más influyentes de nuestra música popular: CRAG. No ha habido ninguna otra banda en España que igualase vuestras armonías vocales. Guzmán poseía un registro agudo, Cánovas —tan arenoso— estaba emparentado con los intérpretes negros, las cuerdas de Adolfo eran dúctiles y tu forma de cantar recordaba a la de Dylan. Estoy convencido de que ningún director de casting hubiera conseguido aglutinar voces tan distintas pero tan complementarias. Y tan personales, claro.
—Guzmán y yo, para sustituir a los hermanos Martín, reclutamos a Adolfo y a Cánovas. Guzmán y yo teníamos canciones de sobra para grabar el disco, pero estos dos tíos aportaron su bagaje y su experiencia, y, evidentemente, influyeron en el resultado colectivo. Había mucho potencial, porque todo el mundo era capaz de interpretar, como solista, determinadas cosas. Y también había mucho entusiasmo profesional y personal en la formación. Cuando estuvimos buscando gente para Solera, ya habíamos contactado con Cánovas y con Adolfo, pero en aquel tiempo ambos estaban ocupados con proyectos diferentes y no se prestaban a ser los dos integrantes que faltaban para conformar nuestro grupo. Los volvimos a llamar, y en ese otro intento sí les vino bien integrarse con nosotros en la segunda formación. Luego descubrimos que Juanito [Cánovas] tenía un puñado de composiciones interesantes; él me encargó que hiciera las letras de “Carrusel” y de “El vividor”. Adolfo sólo aportó la música de “Don Samuel Jazmín”; cuando él entró, la grabación ya estaba empezada. Trabuchelli, que también produjo el disco [Señora azul, Hispavox, 1974], estaba encantado con la nueva formación y nos dio, digamos, una segunda oportunidad. Sin embargo, se repitió prácticamente el mismo desenlace que con Solera: la crítica nos decía sonrojantes maravillas, pero esos elogios, en cierto modo, fueron desperdiciados, porque la compañía no se gastaba los cuartos necesarios en nuestro proyecto.

“María y Amaranta”, de Rodrigo, se incluyó en el primer disco de CRAG.

—Me resulta paradójico el hecho de que no ofrecieseis conciertos con el nombre de CRAG. Y es que tras la publicación de Señora azul, realizasteis una gira acompañando a Karina, una artista en las antípodas de vuestro proyecto. Lo digo aun sabiendo que tú, en aquellos años, compusiste para la cantante jienense (cómo olvidar la preciosa canción “Lady Elizabeth”).
—Durante varios meses, después de la grabación de Señora azul, para defendernos, acompañamos, efectivamente, a Maribel [Karina]. Pero ahí no teníamos que decidir el repertorio musical. El caso es que en aquellos meses, paralelamente, surgieron las primeras discrepancias entre nosotros, así que no esperamos a ver si Hispavox se decidía a invertir lo necesario… y tampoco dimos lugar a la publicación de un segundo disco. Meses después ya estábamos cada uno por un lado.

Rodrigo compuso “Lady Elizabeth” para Karina.


—Y de no haber habido desavenencias internas, una vez concluida la gira con Karina, ¿es posible que hubierais llegado a actuar bajo el paraguas de CRAG?
—Puede ser que hubiéramos llegado a eso… Sumando el efecto de Señora azul con el efecto previsible de un hipotético segundo álbum, el nombre de CRAG, a lo mejor, hubiera cogido más impulso… Si aguantas dos o tres discos y los haces bien, es posible que suplas la falta de apoyo con la perseverancia. Pero a nosotros nos faltó esa perseverancia, y no logramos definir más el poder de convocatoria. De todas formas, si nuestra ópera prima hubiera triunfado rápido, probablemente, antes de que llegasen las discusiones, ya estaríamos girando… Lo que tampoco garantizaba, claro, que, metidos en una gira, se hubieran evitado las desavenencias.

—El nombre del grupo, tan largo, recuerda al de Crosby, Stills, Nash and Young.
—La gente empezó a ver esa coincidencia en la denominación, pero casi nadie se ha enterado de por qué llegamos al compromiso de llamarnos así. Nuestro nombre, en el fondo, responde a lo poco que nos entendíamos. El caso es que, como ya he dicho, Solera no estaba disponible, y los nombres colectivos que cada uno sugirió no fueron aprobados ni por mayoría simple. Con lo cual, después de largas y extenuantes deliberaciones, se llegó a ese absurdo de nombrar al grupo con una mezcla —lo más sonora posible— de apellidos y de nombres de pila de los integrantes. Fue un compromiso de salida, una solución forzada, una cosa absolutamente mal resuelta… Al público le costaba reconocernos, porque no había dios que se aprendiera un nombre tan largo: Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán. Con los años, hubo quien, para abreviar, empezó a llamarnos por las iniciales: CRAG. Un nombre colectivo hubiera sido más sensato, más eficaz, más llevadero y más práctico.


—“Sólo pienso en ti” es no sólo la obra maestra del LP Señora azul, sino tu tema más versionado. Manolo Galván, Amistades Peligrosas, Miguel Bosé o Enrique Urquijo se atrevieron, con mayor o menor acierto, a revisar esa pieza tan pictórica. ¿Cuál de las versiones te satisfizo más?
—La versión de Enrique Urquijo, porque es la más diáfana y la que mejor conserva el espíritu de la canción. Además, es la versión que está interpretada con más personalidad, con más estilo vocal… Urquijo, que era un gran conocedor del llamado folk rock, tuvo el privilegio de contar con la segunda voz de Jackson Browne en la grabación de ese tema. Las otras versiones, con ser —supongo— presentables, decentes, dignas…, están hechas por gente alejada de mi estilo, con lo cual, adaptaron la canción a sus estéticas.

Enrique Urquijo y Los Problemas versionaron “Sólo pienso en ti”, de Rodrigo.


—Con CRAG, sólo editasteis tres discos y, debido a las comentadas desavenencias internas, entre el primero y el segundo mediaron diez años. Tengo para mí que vuestros últimos trabajos, Queridos compañeros (Polygram, 1984) y 1985 (Polygram, 1985), están un tanto contaminados por los excesos de la época. Así, tu voz, en la canción “Es sencillo quererte”, parece anegada por los teclados. En su reverso, las piezas más prístinas y corales de esa etapa, como “De piel trigueña”, son las que mejor han envejecido y las que no traicionan la atemporalidad (el principal sello del grupo).
—Es que hay un cambio en la instrumentación y en la tecnología… y, si me apuras, en las modas. Alguno podrá decir, casi treinta años después, que en Queridos compañeros se han quedado rancios los sonidos de la época y la instrumentación. A mi modo de ver, no están mirando derechos el asunto. En el siguiente disco, el de 1985, sí que hay una fractura del estilo y del repertorio. Porque a esas alturas ya hacemos los discos con calculadora, a cuotas. Quiero decir que el repertorio ya no se elegía por votación, por una opinión que condujera a un mejor resultado colectivo… El desacuerdo era tan extremo que, para que no hubiera escozores, se repartió el repertorio de este modo: tres canciones para mí, tres para Cánovas y otras tres para Adolfo. Y Guzmán —que tenía un compromiso con el grupo Cadillac— sólo pudo aportar un tema, a título de colaborador histórico. Con lo cual, ese escrúpulo paranoico por la independencia a lo que llevó es a un zurcido de retales, a un disco en donde no somos un grupo. El álbum se resiente mucho porque es muy desigual en nivel de composición, en estilos musicales e, incluso, en el sonido (la producción no se hizo compartida). En cambio, Queridos compañeros sí creo que es absolutamente coherente con Señora azul. Es obvio que en 1984 nos encontramos en otro momento, que hemos recibido otras influencias que nos han impregnado, pero estamos construyendo un grupo. Sí, estamos considerando que lo que hace falta es un buen álbum y no el lucimiento presuntuoso de cada individuo. Las instrumentaciones son siempre contingentes, se prestan a muchas alternativas: tú puedes acompañar una canción de diversas maneras, y varias de esas maneras son válidas. La elección, pues, lleva implícita una dosis de arbitrariedad, de capricho y del ánimo del momento. Aunque en ocasiones hay canciones débiles que reflotan gracias a unos buenos arreglos, cuando tienes un repertorio decente, para mí la instrumentación siempre es algo accesorio. Lo que me interesa, y lo que defiendo por encima de todo, es la validez del repertorio. Y yo creo que el repertorio de Queridos compañeros es impecable. No es que todas las canciones sean buenísimas por igual, pero el nivel medio es excelente. Ahí están “De piel trigueña”, “Mi cama de bambú”, “Una gitana como tú”…


CRAG interpretan “Mi cama de bambú” en un programa de TVE.

Para leer la segunda parte de la conversación con Rodrigo, pincha aquí

(Esta conversación se publicó originalmente en La Huella Digital, 08/06/2012)

1 comentario:

IreneGB dijo...

Rodrigo (miembro de Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán, CRAG) acaba de publicar su último álbum este mismo mes, con 20 canciones inéditas. Los que estén interesados en adquirirlo pueden contactar conmigo en la dirección de correo electrónico irenegbueno@hotmail.com y los pondré en contacto con él. Un saludo!